Buenas noches compañera, que duermas bien |
La semana pasada estuve de viaje de curro. Pongámonos en
situación. Tres compañeros y yo. Dos de ellos en la treintena larga y el
tercero con veintitantos. Uno de los treintañeros majete, el otro altamente
interesante y el veinteañero clavadito a Hugo Silva, notedigomás. Como el jefe
es un rata, sólo nos dieron permiso para pasar el día, nada de quedarnos a
dormir a cargo de la empresa, y para no pegarnos la paliza de madrugar
salvajemente para estar en la ciudad a la hora convenida, decidimos por nuestra
cuenta y tarjeta de crédito pagarnos un hotel e ir la noche antes, así
llegábamos a la cita frescos y descansados.
Justo me llevo 5 años con los dos treintañeros, los
suficientes como para que cuando ellos terminaron sus carreras universitarias,
los erasmus, los interrail y los carnets de mochilero estuvieran ya al cabo de
la calle.
Aplicando pues su mundanal experiencia, al majete se le
ocurrió la idea de que para ahorrar pasta podíamos compartir habitaciones, y
así lo comunicó al grupo. Ante la opinión de los otros de que la cosa no tenía
más que ventajas, parecía que el tema iba adelante. Mis hormonas desatadas y yo
nos tomamos una noche para consultarlo con la almohada, y llegué a la
conclusión de que no soy moderna y actual.
Yo intento ser buena gente, amiga de mis amigos, fiel a mi
compañero de vida, respetuosa con las costumbres ajenas y con el medio
ambiente, pero, pero….tener que dormir al lado de un clon veinteañero de Hugo
Silva sin poder lamerle siquiera los abdominales que sobresalen de la minúscula
toalla que nos dieron para ducharnos está por encima del límite de mi
resistencia. Lo siento, soy humana. O ver a mi compañero majete en gayumbos,
camino del baño al que he de entrar luego a lavarme los dientes, móvil en mano
diciendo “voy a tardar un ratito” tampoco es algo que me apetezca cenar. Lo
siento, soy pudorosa. O que mi compañero el altamente interesante se quite la
camiseta y descubra que su torso es todavía más interesante que su actitud de
tipo duro y silencioso… No podría pegar ojo en toda la noche. Lo siento, soy
impresionable. Y además, la mujer del Cesar no sólo ha de serlo, sino
parecerlo. El resto de compañeros sabían lo del viaje, de modo que era sólo
cuestión de tiempo que trascendiera la distribución de las habitaciones, y
tenía 2 de 3 posibilidades de que nadie creyera que sólo habíamos dormido.
Ufff, 30 pavos menos no me van a sacar de pobre y voy a dormir mucho más
tranquila. Y si alguno quiere sal…Que pruebe a llamar a la puerta a ver qué
pasa.
Por supuesto se lo conté a mi hombre, y me resultó curiosa
su reacción. Aunque es evidente que no le habría hecho demasiada gracia porque
me ve con buenos ojos y cree que cualquier hombre de 25 a 50 años que se viera en
esa situación conmigo no podría resistirse a una intentona, (qué mono es) Su
respuesta fue más bien del tipo: Con lo tiquismiquis que tú eres no me creo ni
de coña que pernoctes por propia voluntad con un maromo que no comparta tu
sangre o tu hipoteca. Cómo me conoce.
Conclusión, esta cuarentona durmió como un tronco en su cama
grande, con su ropa tirada por toda la habitación, sus cremas copando la
encimera del baño y yendo y viniendo a la ducha en bolas tan ricamente. Y sólo
me costó un par de horas y un libro de Alan Poe resistir la tentación de ser yo
la que llamara a alguna puerta. Ejem…Lo siento, estoy salida, ya lo dije en el
post anterior!